Imo, Vero y Baldwin

En 1957, en la isla de Koshima (Japón), vivía un grupo de macacos japoneses habituados a la presencia humana y sometidos a un estudio constante. Uno de ellos, una hembra convenientemente bautizada como Imo (“boniato”), aprendió a lavar en un arroyo la tierra de los tubérculos que los investigadores les daban para comer. Esto hacía la comida mucho más apetecible, y, comenzando por sus parientes más cercanos, la técnica se fue extendiendo por imitación entre todos los macacos de la isla. Hoy Vero ha aprendido a abrir mandarinas presionando con el pulgar en el centro de la base, en vez de clavando la uña en cualquier parte de la piel. Jorge, su novio, que no tiene uñas, siempre le pide que le pele las mandarinas. Ahora Vero va a enseñar a Jorge que no hace falta tener uñas para pelar mandarinas, y Jorge podrá aprovechar este recurso en ausencia de su novia. El aporte vitamínico de la ración extra de fruta mejorará su fitness global y hará aumentar el número de sus descendientes. Éstos posiblemente aprenderán a pelar mandarinas antes que sus padres. Previsiblemente, con el paso del tiempo esta habilidad de pelar mandarinas sin necesidad de tener uñas llegará a ser un comportamiento innato entre los descendientes de Vero y Jorge... Y esto es el efecto Baldwin (por el científico que lo describió), que de manera poco ortodoxa podría describirse como la incorporación al patrimonio genético de una especie de un comportamiento adquirido. Se supone que es así como se ha transformado en innata la capacidad que tienen ciertos animales de usar instrumentos (el alimoche usando piedras para partir huevos de avestruz, por ejemplo).