De intercambio en Madrid

Las aventuras de un SICUE gallego en la Villa y Corte

15.2.07

Do gods dream with Maltean goats?

Canta, ¡oh Musa!, la cólera del Pélida Aquiles... Abandonado a mi suerte en la aldea este verano, y ante la terrible perspectiva de animalizarme definitivamente y abandonar toda suerte de amor por las letras, decidí para evitar tan funesto hado empaparme de literatura de la buena. Y de la ajada biblioteca de mis abuelos tomé para mi solaz la magna obra del poeta Homero: la Ilíada. ¡Qué descubrimiento! ¡Qué goce para los sentidos! Tras conseguir meterme en la obra no quería ni comer ni dormir, por no apartarme un segundo de tan inmortales palabras. Por eso, es un libro que os recomiendo vivamente leer.
Al principio cuesta tomarle cariño. Homero te arroja directamente en un campo de batalla en el que mil y un personajes que nadie ha presentado se pelean, matan y mueren para disfrute de los dioses inmortales que habitan en olímpicos palacios. Pero una vez dominados los personajes principales (atención, muchos tienen dos o tres nombres que emplean a traición y sin avisar) es un disfrute continuo. Y lo es porque Homero es realmente genial; a pesar de que en los lugares comunes repite muchas veces el mismo texto al pie de la letra (como cada vez que se ofrece un sacrificio a los dioses), los relatos de las batallas son de un lirismo impresionante. Homero va sobrado, sus personajes favoritos van sobrados y no se corta un pelo en demostrártelo haciendo lo que quiere con las palabras:

-Para empezar, los vocativos que emplean para llamarse unos a otros: ¡Laertíada, del linaje de Zeus; Ulises, fecundo en ardides!... ¡Oh, Atrida glosiosísimo! ¡Pastor de hombres, Menelao!... ¡Atenea, la de los ojos de lechuza! ¡Hija de Zeus, que lleva la Égida!... ¡Oh, terribilísimo Cronida, qué palabras proferiste!

-Sin olvidar las metáforas, increíblemente rebuscadas y bellas a más no poder: Como de la hendidura de un peñasco salen sin cesar enjambres de abejas, que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales, y unas revolotean a este lado y a otras a aquél; así las numerosas familias de guerreros marchaban en grupos, por la baja ribera... Como carniceros lobos dotados de una fuerza inmensa despedazan en el monte un grande cornígero ciervo que han matado y sus mandíbulas aparecen rojas de sangre; luego van en tropel a lamer con las tenues lenguas el agua de un profundo manantial, eructando por la sangre que han bebido, y su vientre se dilata, pero el ánimo permanece intrépido en el pecho; de igual manera, los jefes y príncipes de los mirmidones se reunían presurosos alrededor del valiente servidor del Eácida... De la suerte que un tardo asno se acerca a un campo, y venciendo la resistencia de los niños que rompen en sus espaldas muchas varas, penetra en él y destroza las crecidas mieses; los muchachos lo apalean; pero, como su fuerza es poca, sólo consiguen echarlo con trabajo, después que se ha hartado de comer; de la misma manera los animosos troyanos y sus auxiliares, venidos de lejas tierras, perseguían al gran Ayante

-Además, al estilo de Edward Zwick, Homero también es un especialista en matar actores secundarios, para mayor gloria de sus favoritos. Pero una cosa es el tsunami de salsa de tomate de El Último Samurai, y otra bien distinta: Acertole en la cimera del casco, guarnecido con crines de caballo, la lanza se clavó en la frente, la broncínea punta atravesó el hueso y las tinieblas cubrieron los ojos del guerrero... El dardo atravesó al guerrero de punta a punta, flaquearon las rodillas del dárdano y sus armas retumbaron.

-Es interesante además ver cómo los valores de la gente y los usos de la época se traslucen en el relato. Cómo prima el obtener la gloria, cómo los excelsos combatientes se jactan sin ningún pudor de sus hazañas delante de los demás, cómo los hombres viven una religiosidad en la que los inmortales dioses los manejan a su antojo, usándolos como más les conviene para su propio provecho o para fastidiar a otros inmortales, que se alimentan de ambrosía...

En resumen, ha sido todo un descubrimiento y os recomiendo de todo corazón que lo leáis. Además, y acudiendo a la vertiene biológica, es entretenido ver cómo van apareciendo numerosos nombres científicos a lo largo de la obra: Macaón, Paris, Podalirio o Diomedes, por citar sólo algunos.

Esta entrada se la dedico a Compostela, filólogo clásico y martillo de biólogos incultos, que se ha sometido a una operación y que ahora ya se recupera en casa, soñando con ese río que los dioses llaman Janto y los hombres Escamandro...